EL TEMPLO DE SANTA MARIA DE LOS SERVITAS
Este hermoso y aristocrático templo tuvo un origen muy poco cristiano, pues nació de la rivalidad entre indígenas y españoles, mestizos y criollos de Orizaba, en la primera década del siglo XIX.
El acendrado espíritu religioso presente en la vida diaria de casi todas las clases sociales de la entonces Villa de Orizaba, impulsó a un grupo de 45 prominentes orizabeños, para formar una asociación piadosa, donde pudiesen manifestar sus sentimientos religiosos con absoluta libertad; y fue así como el día 11 de Julio de 1808 nació la “Hermandad de la Santa Escuela de Jesucristo Nuestro Señor”
Para sus reuniones y prácticas religiosas los miembros de la Santa Escuela se reunían en la primitiva iglesia del Calvario que pertenecía a los indígenas; iglesia que estuvo localizada en el sitio donde hoy se encuentra la sacristía de la iglesia actual; y para sus funciones litúrgicas más importantes se reunían en la parroquia de san Miguel, también perteneciente a los naturales.
Los indígenas vivieron siempre en barrio aparte (Ixhuatlán) con desconfianza y resentimiento contra sus antiguos opresores y sólo de mala gana los toleraban en las bancas de sus templos sin perder ocasión de demostrar su inconformidad por su molesta presencia, llegando al extremo de interrumpir sus retiros nocturnos prendiendo las luces del templo y tocando el órgano para celebrar el bautizo de algún niño indígena.
Consciente de esta rivalidad el Sr. Cura de san Miguel don Joaquín de Palafox y Hacha propuso a la mitra poblana el día 3 de Febrero de 1809 “que traten de hacer los hermanos de la Santa Escuela, con las licencias necesarias, una nueva capilla para la Santa Escuela, que esté enteramente libre del dominio de los indios y no tenga conexión con ellos…”
La propuesta del Sr. Palafox fue acogida con entusiasmo por los miembros de la Santa Escuela, entre los cuales los más entusiastas fueron D. José Limón y D. Melchor Ramos; y para construir la capilla se abrió una suscripción de $10,000.00, de los cuales el Sr. Ramos aportó la mitad.
Se solicitaron los permisos necesarios para la obra, que les fueron concedidos con la condición de que la capilla fuera totalmente construida por la hermandad, sin ayuda del vecindario que ya estaba contribuyendo para la construcción del convento de san José y de la nueva iglesia del Calvario. De esta manera, el lunes 5 de Enero de 1810 “se tendieron cordeles y se abrieron los cimientos” poniendo las primeras piedras los PP. Juan Macario Mendoza y José Ma. Villarello ( sacerdotes que estaban al frente de la hermandad) estando presentes, como padrinos, de los señores José Limón, Melchor Ramos y el administrador de las rentas reales D. Agustín Rena y Sobral con su esposa Dña. Gertrudis del Castillo.
Gracias al dinamismo de los sacerdotes Mendoza y Villarello y a la entusiasta colaboración de los señores Limón y Ramos, a los 14 meses de iniciada la obra se habían terminado ya las paredes y algunos arcos de las bóvedas; pero las desastrosas luchas de insurgentes y realistas en Orizaba causaron en el templo serios estragos; y con la muerte, por esas fechas, del Sr. Melchor Ramos, la obra se suspendió y fue hasta el mes de Octubre de 1812 que el P. Villarello y D. José Limón continuaron, con mucho esfuerzo, la construcción de la iglesia, ayudados por algunos miembros de la comunidad orizabeña como D. Mariano Cameros, quien aportó la cantidad de $3,000.00
D. José Limón murió el 7 de Agosto de 1826 dejando ya terminadas las bóvedas y la puerta mayor y dejando, por mediación de su viuda, la cantidad de $1,000.00 para el “enladrillado”. La viuda del Sr. Limón, Doña Josefa González continuó por su cuenta la construcción hasta casi terminarla, invirtiendo en la sacristía $350.00 y en vidrieras y “alambradas” del templo y la sacristía la cantidad de $1,200.00.
El 31 de Agosto de 1828, aún sin terminar por completo la bóveda de la sacristía, las torres y el pórtico, en el cual debía ponerse el coro, la iglesia fue dedicada solemnemente por un decreto del Sr. obispo de Puebla D. Antonio Joaquín Pérez. Al año siguiente (1829) ya instalados en el templo los miembros de la Santa Escuela, murió el P. Villarello y le sucedió en el cargo al frente de la hermandad y como capellán del templo, el P. José Antonio Salas.
En 1844 un acaudalado sacerdote, de nombre Ignacio González Peñuela, llegó de México para fundar, por su cuenta, un colegio para niñas en las casas anexas al templo del lado poniente; y más tarde compró también las casas del lado oriente (hoy oficinas de correos) para ampliar su escuela; pero de repente la obra del colegio se clausuró y el sacerdote regresó a México de donde ya no volvió.
Cinco años después, en 1849, llegó de España el sacerdote filipense Manuel Gumiel con varias religiosas españolas; y aprovechando las instalaciones del P. Peñuela fundó un colegio para niñas en las casas del lado poniente del templo; pero el colegio del P. Gumiel también duró poco tiempo, pues en 1856 fue clausurado porque las niñas no se adaptaron al carácter fuerte y “muy especial” de las religiosas, las cuales tuvieron que volver a España.
Durante los 7 años en los que el templo estuvo a cargo de esta congregación permaneció triste y pobre, pues las contribuciones que el pueblo daba para su culto y ornato se aplicaban al colegio y a la congregación religiosa.
Al dejar la capellanía el P. Manuel Gumiel en 1856, lo sustituyó como capellán Fray Mariano Borlado, un piadoso y dinámico religioso de san José de Gracia. El P. Borlado tuvo una profunda devoción a la Virgen de los Dolores; por lo que, además de trabajar con empeño en la restauración y decoro del templo terminando de construir su torre a la que dotó de campanas y esquilas, fundó la Comunidad de las Siervas de María, para honrar a la Virgen de los Dolores. De esta comunidad tomó el templo el nombre de Santa María de los Siervos o de los Servitas, con el que todos lo conocemos.
En la noche del 27 de Agosto de 1860 fueron expulsados los frailes de san José y con ellos llevado al puerto de Veracruz, el español Fray Mariano Borlado, quien de Veracruz pasó a la Habana, Cuba, donde murió promoviendo, como siempre, el culto a la Virgen de Los Dolores.
Durante la Intervención francesa el ejército se adjudicó las casas de los colegios y el templo fue ocupado como almacén de víveres. Pero en 1862 una piadosa y acaudalada dama de nombre Dominga Escandón rescató el templo y lo abrió al culto, resucitando la Congregación de las Servidoras de María que había sido clausurada por las leyes de Reforma
Durante más de 23 años, hasta Abril de 1890, estuvo como capellán de Santa María de los Siervos, el Pbro. Antonio Donadoni, a quien debe este templo su belleza interior con sus suntuosos altares, sus ricos paramentos y sus costosos adornos; belleza que con la piadosa contemplación que inspira, lo hacen de la preferencia de una selecta parte de la grey católica, a pesar de la irreparable pérdida del bello retablo del altar mayor. Este retablo, construido en maderas finas, fue consumido por un incendio provocado por un corto circuito en los primeros años de 1980 (según mi flaca memoria) y fue repuesto con molduras de yeso tratando de reproducir, hasta lo posible, su estructura original.
Después de la larga y fructífera labor apostólica del P. Donadoni, a finales del siglo XIX y principios del XX, la iglesia de Santa María estuvo a cargo de los PP. Jesuitas quienes la administraron hasta los años ochenta del pasado siglo.
Pequeña pero hermosa, la iglesia de Santa María de los Siervos, fue construida en “estilo románico con su acceso principal y laterales con arcos de medio punto con decoraciones geométricas; a los lados columnas de fuste liso y capitel corintio. En el frontispicio destaca su decoración a base de arcos de medio punto y ventana coral circular; su torre de dos cuerpos con cupulín y linternilla; en el interior pilastras de capitel dórico; en la nave central, púlpito de madera, retablo principal de columnas salomónicas con remate neogótico, coro, sotacoro y rondín. Su planta es de tres naves o basilical”