Los antiguos patios de vecindad.
El paso inexorable del tiempo que lleva de la mano la evolución de la raza humana, va cambiando cíclicamente no sólo la mentalidad de la gente; sino también sus costumbres y sus hábitos de convivencia social.
El hombre, que es gregario por naturaleza, para poder progresar o sobrevivir, necesita la convivencia con sus congéneres; y para realizar esta convivencia busca agruparse formando tribus, aldeas, pueblos y ciudades. Estas agrupaciones generalmente son reflejo del peculiar modo de ser del grupo humano que les da origen; pues nos dan una idea de su fisonomía traducida en sus gustos y costumbres en un determinado espacio de tiempo.
Y esto es así porque observamos cómo los pueblos; pero sobre todo las grandes ciudades, con el paso de los años se van transformando según los cambios de mentalidad y costumbres de sus habitantes, los que, utilizan para estos cambios, un ariete llamado urbanización.
Con la urbanización en los pueblos y las ciudades se van destruyendo, poco a poco, obras y acciones que por mucho tiempo les dieron fisonomía. Esto sucedió en Orizaba con los añorados patios de vecindad.
El plano urbano de la ciudad de las Aguas Alegres, hasta las últimas décadas del pasado siglo XX, el pueblo lo dividía en varias secciones llamadas barrios, que llevaron pintorescos nombres impuestos por el pueblo mismo.
Cada uno de estos barrios, en casi todas las manzanas que los formaban, tenía numerosos lugares de residencia para los orizabeños de clase media o popular, llamados patios de vecindad.
Un patio de vecindad consistía, generalmente, en un gran espacio central circundado por una cadena de cuartos que hacían las veces de dormitorio, cocina, comedor y sala, para una familia compuesta por varios miembros. Por estos cuartos los inquilinos pagaban al propietario del patio “rentas congeladas” de doce o catorce pesos mensuales.
En el centro del patio se ubicaban los lavaderos con su tanque de agua y los sanitarios, generalmente comunitarios, que consistían en tres o cuatro estrechas casetas colocadas en hilera y que contenían el retrete protegido de las miradas por endebles puertas de madera o lámina. Junto a los lavaderos se alzaban los tendederos de reatas de ixtle con sus garrochas y en la a parte central del patio, una gran acumulación de piedras de canto rodado llamada “el asolead ero” donde se tendía el sol y al sereno la ropa lavada y las sábanas, confeccionadas, generalmente, con bolsas de manta que fueron embaces de harina o azúcar.
A grandes rasgos esto era un patio de vecindad habitado por gente que, a pesar de la proletaria modestia en la que vivía, poseía y conservaba valores y cualidades que ya poco se ven actualmente: amistad sincera, compañerismo y solidaridad en la ayuda mutua, alegría de vivir, amor a la patria y a la religión; amor que afloraba los días 16 de Septiembre y 12 de Diciembre con todo el patio adornado con moños de papel de China, música y baile, peleas de box en templetes improvisados a media calle con permisos de la Autoridad o sin ellos, y con peregrinaciones al santuario guadalupano llevando en andas, o en un camión alquilado, enormes canastos de flores que ostentaban, orgullosamente, el nombre del patio, que generalmente era el nombre de algún santo. Estos nombres eran impuestos a los patios, en ceremonia especial, por el recordado pastor, don Rafael Rúa Álvarez, párroco de san Miguel.
Cuando el INFONAVIT llegó a Orizaba, entre 1982 y 1994, construyó en su zona norte, 92 “palomares” con el eufemístico nombre de Unidades Habitacionales.
En pocos años estas construcciones, mal hechas, han ido invadiendo los cuatro puntos cardinales de la “Señora de los Puentes “ y los habitantes de los antiguos patios de vecindad, ex obreros (en su mayoría) de las ya clausuradas fábricas textiles, de la Cervecería Moctezuma y de las escasas fuentes de empleo que tiene la población, se ha ido a refugiar en estos anodinos “edificios” en los que, los habitantes de su parte alta o los de su parte baja, con frecuencia ni siquiera conocen el nombre de sus vecinos.
Los patios de vecindad van desapareciendo con la piqueta de la urbanización que pretende hacer de Orizaba un Pueblo Mágico, sus propietarios los recuperan para convertirlos en estacionamientos o en improvisados locales para el comercio, y en la Historia de la Señorial Orizaba se borra, para siempre, un renglón que había sido escrito por sus típicos y añorados patios de vecindad.
Imágenes: Foto de Lucía Sami y Parto "La Esperanza" (Ote.10 Num.495) en demolición.