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  • Don Benjamín Maciel Gómez

EL TEMPLO Y HOSPITAL DE SAN JAN DE DIOS.


Parte Primera: El Templo

En 1535 los pocos españoles que habitaban en el antiguo pueblo indígena de Ahuilizapan bautizado por ellos con el corrompido nombre de Ulizaba, se asentaron en su parte sur a lo largo del antiguo sendero que conducía hacia el puerto de Veracruz y a la capital del virreinato.

En improvisadas tahonas esperaban el paso de los arrieros y trajinantes que hacían escala en este lugar, para comerciar con ellos las mercaderías traídas desde ultramar.

Estando Orizaba situada casi a la mitad de este antiguo camino, por su clima benigno y la abundancia de pastos y corrientes de agua para sus acémilas y bestias de carga, era el lugar de descanso obligado de los arrieros en sus largos y penosos viajes entre la capital y el puerto de Veracruz.

Pero acontecía que muchos de estos viajeros, atacados por las enfermedades tropicales contraídas en las insalubres costas veracruzanas, venían a morir a Orizaba donde no había, en esos tempranos tiempos de la Colonia, ningún hospital ni casa de salud.

Y por eso, en la segunda mitad del siglo XVII, dos comerciantes que llevaron los nombres de Pedro Mejía (Velasco Prado) y Sebastián Maldonado, en parte movidos por compasión y en parte por la conveniencia de no perder el comercio con quienes morían, decidieron fundar en Orizaba un hospital atendido por religiosos.

Secundados en el proyecto por varios vecinos entre los que sobresalió D. Juan Ramón, de quien descienden (según Naredo) las familias Bringas, Escandón, Romanos, Argüelles, Fernández, Rocha y Llave Rocha, de las cuales, algunos de sus miembros tuvieron destacado protagonismo en la historia de Orizaba, solicitaron ante el virrey y la Mitra poblana, los permisos correspondientes.

El día 10 de Julio de 1618 el virrey D. Diego Fernández de Córdoba, de acuerdo con el obispo de Puebla y Tlaxcala D. Alonso de la Mota y Escobar, extendió la cédula de erección; y el 29 de Mayo del año siguiente (1619) llegaron de la Mitra poblana las licencias necesarias para formar una comunidad religiosa que se ocuparía de atender a los enfermos en sus necesidades corporales y de construir una iglesia anexa para sus necesidades espirituales.

Fue así como con $600.00 aportados por el vecindario español, más $250.00 y unas casas y terrenos donados por D. Pedro Mejía, se levantó el hospital en un lugar donde (según Arróniz) “habían edificado casas de mampostería de las que quedaban unas paredes viejas que parecían casa caída”.

Los religiosos encargados del hospital fueron frailes juaninos hijos del “glorioso san Juan de Dios” quienes, según un antiguo manuscrito de Fray Antonio de Osuma, con las limosnas del vecindario y de los trajinantes, levantaron junto al hospital una iglesia de cal y canto, “ladrillada” y cubierta de tejas, con un altar mayor y una imagen en bulto de su santo patrono.

Esta primitiva iglesia, construida por los frailes juaninos, fue derribada, junto con su hospital, por un fuerte sismo ocurrido el día 26 de Agosto de 1696.

La iglesia actual construida con techos de bóveda y dedicada a la Inmaculada Concepción, se empezó a edificar el 6 de Enero de 1714 según una inscripción localizada en el crucero que mira al norte; se continuó en 1738 según otra inscripción localizada al pie de la torre; y se terminó, según el historiador Arróniz, hasta el año de 1763 gracias a los empeños del Sr. Cura Francisco Antonio Illueca con las limosnas del vecindario, con $300.00 de la venta de un esclavo del hospital, las multas que imponía el Alcalde mayor D. Juan Tomás Trujillo a los “incontinentes” y con la eficaz colaboración de D. Francisco Mazuelos, de D. Luís de Tapia y de D. Diego Montes Argüelles.

A un costado de esta iglesia estuvieron localizados los terrenos que formaron el hospital con su cementerio anexo donde, según la leyenda, fue enterrada la célebre Monja Alférez en 1650; terrenos que, hasta las últimas décadas del pasado siglo, fueron asiento de la Cooperativa de Chóferes y Cobradores de Ciudad Mendoza y posteriormente bodegas de una empresa constructora.

Segunda parte: el ANTIGUO HOSPITAL DE SAN JUAN DE DIOS

El Hospital de san Juan de Dios estuvo funcionado atendido por los religiosos juaninos hasta la primera mitad del siglo XIX, pero el 20 de Julio de 1827, año en el que se promulgó el decreto de la expulsión de los religiosos españoles, pasó al control del ayuntamiento a través de una junta llamada Junta de Caridad, cuyos miembros, que eran nombrados por la Sagrada Mitra, rendían cuentas anuales a la autoridad eclesiástica y al gobierno del Estado.

Ante la poca eficacia de esta administración laica, en 1834 los religiosos juaninos fueron invitados a hacerse cargo nuevamente del hospital; pero ellos sólo lo hicieron hasta 1836 y el cuidado de los enfermos pasó nuevamente a las Juntas de Caridad.

En 1859, con las Leyes de Reforma, las Juntas de Caridad que controlaban a los enfermos varones del hospital de san Juan de Dios, se hicieron cargo también del hospital de mujeres. Este hospital funcionó a un costado de la iglesia de Los Dolores, en el sitio que hoy ocupa la Escuela Orizaba; lugar que antes fue asiento de una imprenta y, hasta la segunda mitad del pasado siglo, de un hospicio para niños huérfanos.

Al ser reestructuradas las Juntas de Caridad para ocuparse de los enfermos de ambos sexos, tomaron el nombre de Juntas de Hospitales de Caridad; y por determinación del Gobierno, los enfermos de Los Dolores y san Juan de Dios fueron trasladados al amplio y bello edificio del Oratorio de san Felipe Neri (hoy Museo de Arte del Estado), del cual ya habían sido expulsados sus fundadores y propietarios, los religiosos filipenses.

En este edificio, convertido en hospital civil para ambos sexos, permanecieron los enfermos hasta el año de 1862 que fue la fecha en la que, las tropas francesas de Napoleón III ocuparon la ciudad de Orizaba

La primera medida de las fuerzas de ocupación fue convertir en cuarteles los edificios del Oratorio y los desocupados recintos de san Juan de Dios; y por un decreto del 10 de Abril de 1865, se creó un Consejo Particular de Beneficencia, que vino a sustituir a las Juntas de Hospitales de Caridad. A partir de este decreto los enfermos de ambos sexos del Hospital Civil fueron recluidos en Los Dolores; cuyas instalaciones tuvieron que ser ampliadas con una casa contigua que fue comprada y adaptada para el efecto, a un costo de $6,000.00 del erario municipal.

A la caída del Imperio vino nuevamente la República Restaurada con las Juntas de Hospitales; y pasado algún tiempo, el Oratorio de La Concordia, después de haber sido hospicio de huérfanos, en 1873 se convirtió nuevamente en hospital general; el cual, con el nombre de Hospital Civil Ignacio de la Llave, funcionó por 100 años hasta 1973; fecha en la que cayó abatido por el terremoto que asoló a Orizaba ese fatídico año de infausta memoria.

Con el cuidado de la salud en manos del Gobierno apareció la genética corrupción de casi todos los servidores públicos de todos los tiempos; y numerosos integrantes de las Juntas de Hospitales de Caridad se hicieron ricos con las desgracias y el dolor de los enfermos y moribundos. Sin embargo, en honor a la justicia, es necesario consignar que hubo también hombres honrados, patriotas y generosos que a través de esas mismas juntas “de caridad” hicieron mucho bien a los enfermos. Entre estos bienhechores la historia consigna los nombres de D. Mariano Platas, del Sr. Cura D. Nicolás del Llano, y de los señores D .José Ma. Rodríguez, D. Antonio Vivanco Argüelles, D. Facundo Sota, D. Manuel Sandoval; y de una manera muy especial, de D. Ignacio de la Llave, quien contribuyó para su sostenimiento con recursos de su propia hacienda.

A finales del siglo XIX el historiador D. José Ma. Naredo escribió que por esas fechas el templo y el hospital de san Juan de Dios no era más que “un hacinamiento de ruinas” pues el templo sirvió de cuartel y bodegas y el atrio y sus anexos de almacenes de coches y carros del ferrocarril urbano; por lo que los vecinos del barrio acudieron al Gobierno para solicitarle la devolución de la iglesia para repararla y abrirla al culto.

El gobierno accedió a la demanda con la condición de que los mismos vecinos repararan el puente inmediato al templo; obra que fue ejecutada con la amplia colaboración del Regidor de Policía D. Luis Torrea; y de esta manera, el día 5 de Marzo de 1873 el templo, completamente habilitado, se abrió solemnemente al culto por el entonces Provisor de la Diócesis Dr. D. José Ma. Sainz Herosa; y más tarde se puso a disposición del Sr. D. Joaquín Cueto, sacerdote filipense expulsado del Oratorio de san Felipe Neri, quien trajo al templo de san Juan de Dios lo poco que pudo salvar del criminal saqueo del que fue objeto el bello edificio del Oratorio.

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