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Don Benjamín Maciel Gómez

Panteones y Cementerios de Orizaba

​​Por el culto casi idolátrico que el pueblo de México le rinde a la Muerte y la gran importancia y significado que da a los lugares donde reposan nuestros restos mortales, es indispensable escribir, en cualquier historia, al menos una página relacionada con los panteones y cementerios.

En Orizaba, hasta antes de las Leyes de Reforma promulgadas en 1859, las inhumaciones de cadáveres eran controladas por la Iglesia Católica y los cementerios eran, generalmente, los atrios y el interior de los templos.

Uno de los panteones de la villa de Orizaba estuvo en el atrio de la Iglesia de Santa Anita. Era ésta una pequeña capilla dedicada a la Sra. Santa Ana, que estuvo localizada en la esquina de las antiguas calles 1ª de Coria y Calles de Abasolo o Hidalgo (hoy Colón y Sur 8), en el antiguo barrio de Santa Ana del Varejonal.

La capilla, ya reconstruida, funcionó de 1741 a 1857 y en su atrio se sepultaba las personas que morían por vómito o enfermedades contagiosas; así como a los viajeros que, en su paso por la villa, morían por las enfermedades contraídas en las insalubres costas veracruzanas.

El primitivo panteón principal de Orizaba, que albergaba sólo cadáveres de muertos en la Fe Católica, fueron el atrio y el interior del templo parroquial, hoy Catedral de san Miguel Arcángel. Los pisos de sus naves estuvieron cubiertos de madera de tlascal fraccionados en pequeñas secciones de tal manera que, cada sección, con tapa removible, constituía un sepulcro.

En 1825 ante la saturación de las sepulturas en los templos, las autoridades civiles y religiosas adquirieron un amplio terreno bardado localizado en un desolado paraje, localizado al suroeste de la población, en los barrios de Las Flores y El Arenal.

Este terreno perteneció a la familia Argüelles y fue conocido como “El Matadero” porque en él se sacrificaban las reses que abastecían de carne a la población.

El domingo 1º de Junio de 1825, después de una procesión solemne desde el templo parroquial en la cual participaron autoridades civiles y religiosas y una parte del pueblo, se hizo la bendición del nuevo panteón, con el nombre de Campo Santo, en el lugar que hoy ocupan las Bodegas de Carga y Descarga de la Cervecería Moctezuma.

Al principio el pueblo católico se negaba a sepultar a sus deudos en el “matadero” y se multiplicaron las inhumaciones en Santa Anita y, en forma clandestina, en los llanos de Rincón Grande, lugar donde fueron sepultados los muertos por el Cólera Morbus los años 1833,1850 y1853.

Poco después en el. Panteón del Arenal se empezó a construir una capilla, costeada por unas mujeres piadosas, para los ritos fúnebres religiosos; y se levantaron también dos galerías con nichos: una mirando al oriente que fue costeada por la Cofradía de San José de Gracia para sus cofrades y otra, mirando norte, para sacerdotes difuntos.

La capilla de las mujeres piadosas, dedicada a santa Rosalía, nunca se terminó por falta de fondos. La imagen de la santa se llevó a los altares de la iglesia de san José; y de la capilla solo quedaron las altas y gruesas paredes de formar circular permaneciendo, sin techos, por más de cien años después de clausurado el panteón. Estos altos y gruesos muros, con orificios abiertos, como ventanas, a los cuatro vientos, entre matorrales y restos de tumbas, le dieron el fondo al triste y mudo paisaje que muchos orizabeños han conservado en antiguas fotografías, para atesorarlas en el arcón de historia local.

El día 13 de Junio de 1859 el Gobierno privó a la Iglesia del control de los cementerios y éstos pasaron a la jurisdicción del Juez Civil y poco después a las Juntas de Caridad. A partir de esa fecha en el panteón del Arenal se empezó a sepultar cadáveres de no católicos; y en la capilla del mismo panteón se dejaron de celebrar las ceremonias fúnebres que se celebraban los días 2 de Noviembre.

El panteón del Arenal fue clausurado el día lro. de agosto de 1884, 59 años después de su fundación; pero durante 72 años siguió funcionando extraoficialmente; y en sus sepulcros encontraron reposo, según nota del historiador Naredo, 59,931 cadáveres.

En los últimos años del siglo XIX el antes desolado paraje donde fue construido el panteón, se fue poblando a partir de la creación, en 1836, de la fábrica de Cocolapam; y en 1873 de las instalaciones del Ferrocarril Mexicano; por lo cual se pensó en trasladarlo a un lugar más adecuado: con mayor amplitud y en mejores condiciones de salubridad.

El lugar escogido resultó ser los llanos de Escamela, en un espacioso solar perteneciente a la entonces abandonada capilla de santa Gertrudis. Y fue así cómo, el día 1º de agosto de 1884, empezó a funcionar el nuevo panteón “Juan de la Luz Enríquez” el cual fue adicionado con solares pertenecientes a la antigua calle de Lezama (hoy Sur 43) para lograr una superficie de 171,700 metros cuadrados: 505 metros de norte a sur y 340 metros de oriente a poniente, que es su superficie actual.

En el nuevo panteón de Escamela se estableció un reglamento que prohibió sepultar cadáveres en nichos, alacenas y bóvedas subterráneas dentro de cajas de zinc, cobre o plomo, para evitar que los gases de los cuerpos en descomposición, rompiendo los ataúdes, infectaran el ambiente.

Imágenes: Panteón El Arenal.1885 y Panteón J.L.Enríquez.1900

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