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Don Benjamín Maciel Gómez

Don Ignacio Díaz Arteaga (El Padre Nachito)


Cuatro Décadas de Apostolado Fecundo y Amor Acendrado a la Virgen Morena. 18 de Julio de 1936 - 15 de Mayo de 1977.

El mes de Julio de 1936 se hizo cargo de la parroquia de La Concordia un virtuoso sacerdote que, a lo largo de cincuenta años de apostolado fecundo y de un amor intenso a la Virgen, dejó muy profundas huellas en los anales del templo guadalupano.

El nombre de este sacerdote que, el 22 de Marzo de 1996, cumplió 100 años de vida, era Ignacio Díaz Arteaga.

El Padre Ignacio Díaz, cariñosamente nombrado Padre Nachito por sus ex feligreses y por todos los que disfrutamos de su innata bondad y de su sencillísimo trato, nació en Santa Inés, Mich. el día 22 de Marzo de 1896.

Estudió la carrera sacerdotal bajo el amoroso cobijo del hoy santo, don Rafael Guizar Valencia; y antes de tomar posesión de La Concordia, fue vicario en Jalacingo, Perote y Altotonga y párroco en Ixhuatlancillo (1932), en el puerto de Veracruz y en el poblado de Santa Ana Atzacan, de donde pasó al Santuario Guadalupano.

A los trece meses escasos de haber llegado a su nuevo destino, las titánicas fuerzas dormidas en el seno de la Tierra, despertaron con espantosa violencia para cebarse, trágicamente, en su fácil presa de siempre: el día 25 de Julio de 1937, un terremoto de más de 8 grados de intensidad, abatió la gigantesca cúpula del santuario y dejó seriamente dañada la torre sur, cuyo campanario le había sido ya cercenado en 1866 por el temblor que vapuleó a Orizaba el día 2 de Enero de ese fatídico año.

Cuando el Padre Nachito llegó a la Concordia se encontró pues con una iglesia sin campanarios; pues el templo, que había sido terminado por Don Benito García Gambino “con una torre muy pulida y otra hasta la mitad” (como dice la Historia), ya ni siquiera tenía la pulida torre.

La fe que prende la acción en un pecho juvenil e idealista, impulsó, como resorte, el celo apostólico del Padre Nacho, quien inmediatamente puso por obra la reconstrucción del santuario.

En poco más de cuatro años, con un titánico esfuerzo y la decidida cooperación de la comunidad orizabeña, no sólo diseñó y construyó una hermosa cúpula nueva; sino que también devolvió a la torre del lado sur la parte que tenía mutilada.

La solemne inauguración de la reconstrucción del santuario, se celebró 1º de Agosto de 1942, y el Excmo. Sr. Dr. Don Manuel Pío López Estrada, Arzobispo de Xalapa, hizo la consagración del altar mayor el día 3 de Octubre del mismo año; altar que fue trabajado en mármol de Carrara por encargo del benemérito sacerdote.

En 1973, tres años antes de terminar su fecunda labor al frente de la Concordia, el Padre Ignacio enfrentó otro triste suceso:

Al amanecer del día 28 de Agosto de ese fatídico año, apareció el terrible verdugo del antiguo oratorio y del templo guadalupano.

Ese día, el terremoto que cimbró a Orizaba desde sus cimientos, hizo rodar por los suelos, con su golpe demoledor, los vetustos muros del hospital y dejó seriamente dañada la torre del templo, que había sido reconstruida en 1938.

Los daños fueron tan serios, que los ingenieros del Patrimonio de la Nación, determinaron echar a tierra el campanario completo. Esta medida extrema no se llevó a efecto. La torre no fue demolida gracias a la pericia de ingeniero práctico del Padre Nachito que, en su juventud, fue maestro albañil.

Siguiendo una idea suya, se apuntaló el campanario con una “alma de hierro y concreto armado” que no solo salvó la torre; sino que la dejó más reforzada y firme.

Después de la reconstrucción, el Padre Nacho se dio a la tarea de agrandar y embellecer el santuario. Obtenidos los permisos oficiales, tomó parte del derrumbado oratorio de San Felipe Neri para agrandar el altar mayor y cambiar de lugar la sacristía; cambió los pisos del templo con piezas de mármol y enchapó sus paredes con placas de un mármol artificial.

El Padre Don Ignacio Díaz llegó a la Concordia el día 18 de Julio de 1936, cuando aún estaban cerrados los templos por la persecución de Tejeda. Fue encargado de la parroquia, como cura auxiliar, hasta el día 3 de Mayo de 1938, y estuvo a su servicio, como cura párroco, desde esa lejana fecha, hasta el 15 de Mayo de 1977.

Durante muchos años, antes de la reestructuración de los límites parroquiales, la parroquia del Padre Nacho fue tan extensa que abarcaba, por el Norte, desde la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús, que él construyó en el Espinal; hasta el templo de san Antonio Jalapilla, en la parte Sur, teniendo en su parte media la iglesia de Los Dolores y el Santuario Mariano.

Además de atender, con un solo vicario este inmenso territorio parroquial, el dinámico sacerdote se dio a la tarea de levantar nuevamente el templo de Jalapilla que estaba totalmente en ruinas: sin techos, sin pisos, sin altares y en el más completo abandono; y en el Espinal (como ya se apuntó) construir, desde sus cimientos, la actual iglesia del Sagrado Corazón de Jesús.

Después de más de 30 años de fecunda labor al servicio de sus fieles creyentes y ya retirado, por su avanzada edad, del ministerio sacerdotal, seguía atendiendo a sus fieles en confesiones y ayuda espiritual, en un saloncito que mandó construir frente a la sacristía de su antigua parroquia.

Su muerte.

El día 29 de Abril de 1996, a las 18 horas, el entrañable Padre Nachito nos dejó para siempre: Fue a recibir de las manos de Dios, el fruto de sus esfuerzos en su larga y fecunda vida.

La iglesia, que el 22 de marzo anterior estuvo vestida de fiesta, rebosante de alegría, para celebrar los 100 años de vida de su pastor, vestía ahora crespones de luto, entre profunda tristeza.

Durante toda la noche los fieles abarrotaron el templo para acompañar al inerte cuerpo, en un íntimo deseo de no separarse de él.

Al día siguiente, 30 de Abril, a las 8 de la mañana, fue celebrada por un sacerdote, sobrino del señor Díaz, una misa de réquiem en sufragio de su alma; y a las 3 de la tarde, el Excmo. Señor Arzobispo Don. Sergio Obezo Rivera, concelebró con los sacerdotes de la región y otros más que acudieron de diferentes partes de la diócesis, una solemne misa de exequias para darle el último adiós al llorado sacerdote y celebrar su entrada triunfal a la Vida Eterna.

Terminada la santa misa, el ataúd fue conducido en hombros por ocho sacerdotes (algunos ya ancianos, compañeros de apostolado del Padre Ignacio) desde el altar mayor, donde fue velado, hasta el sitio de su reposo final: una tumba abierta al amparo de la Virgen Guadalupana, junto a la sepultura del Padre Abraham Huizar, quien fuera su sucesor, como cura del santuario, de 1984 a 1986.

A las cuatro y media de la tarde, entre la gran multitud que llenó por completo el recinto sagrado y los espacios del atrio, muchas gargantas cerradas y ojos humedecidos, contemplaron la inhumación, ante la presencia meditabunda y triste del señor Arzobispo y la de todos los sacerdotes que fueron a despedirlo en su viaje a la Eternidad.

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